Bariloche es una sola ciudad, pero como un héroe mitológico multiforme, tiene todas las caras posibles. La ciudad es la sumatoria de todas las diferencias, de todas las cosmogonías, de todas las diversidades. Culturalmente está cada vez más lejos de la utópica "Suiza argentina" y, acaso, se trate de una ciudad tan criolla y nacional como la que más: sus problemas y conflictos no son independientes del contexto, aunque adopten particularidades propias (el "alto", "bajar", "subir") que hacen de la pequeña metrópoli ubicada justo a la vera del gran lago inmóvil un galimatías atrapante y lleno de dificultades, una especie de desafío para la inteligencia.
Aquello que es diverso es múltiple, aquello que es diverso es heterogéneo. A veces no se entiende precisamente porque es distinto, lo que de ninguna manera lo hace extraño. Simplemente diferente. Admitir lo diverso supone un amplio ejercicio democrático y tolerante hacia el otro. Y también de solidaridad. La multiplicidad social y cultural de Bariloche es, muchas veces, hija de las más elementales carencias. El aspecto social es, tal vez, la parte que más se advierte de aquello que se entiende como diverso: las diferencias, en tantísimos casos, no son sólo matices. Son estructurales, diversamente estructurales. La cultura, panóptica, cobija la interacción de todas las diversidades posibles que se presentan en una región en especial. La relación es dialéctica: no existiría el concepto de cultura si en él no habitara la idea de diversidad.
El teatro, una de las formas que adopta la diversidad, es al mismo tiempo una forma de contarla y expresarla. También es una oportunidad de decir, de debatir, de contar y de reflexionar respecto a las diversidades culturales que nos rodean y que, paralelamente, nos conforman. Bariloche, varias ciudades en una, es el gran escenario para pensar las distintas diversidades que conviven en ella. No te podes quedar afuera. No hay forma. Participa.